Lo sabía… pero no lo hacía

La historia de Ana, una mujer brillante atrapada en la trampa del perfeccionismo

Hola, hola

Hoy quiero contarte algo que, probablemente, ya viviste. O estás viviendo ahora.
Es la historia de Ana. Pero podría ser la tuya. La mía. La de todas nosotras.

Ana es de esas mujeres que siempre tuvo claro lo que quería: escribir su libro, lanzar su proyecto, terminar su especialización.
Una mujer brillante, sensible, llena de ideas geniales que apuntaba en libretas preciosas… pero que no terminaba de ejecutar.

Sabía lo que tenía que hacer. Tenía los recursos. Incluso tenía el tiempo.
Pero no podía empezar. O si empezaba… no terminaba.

Cuando el perfeccionismo te disfraza la procrastinación

Ana no decía “no quiero”.
Decía cosas como:
— “Necesito organizar mejor mi calendario antes de iniciar.”
— “Aún no está lo suficientemente claro.”
— “Me falta investigar un poquito más…”

Y así pasaban los días. Las semanas. Los años.

El perfeccionismo la había convencido de que no era el momento ideal.
Y mientras tanto, la culpa crecía. La voz interna gritaba:
“¿Por qué no puedes simplemente hacerlo si sabes lo que quieres?”

Pero no era flojera. No era falta de disciplina. Era miedo.
Miedo a no hacerlo perfecto. A no estar a la altura. A que le saliera mal.

El día que Ana se atrevió a “comerse ese sapo”

Un lunes cualquiera, después de otro domingo de insomnio y auto-reproche, Ana probó algo distinto.

Aplicó una de las técnicas que yo misma uso cuando mi mente me sabotea:
“Come ese sapo” —sí, suena raro, pero es poderosa.

¿En qué consiste?

Tomar la tarea que más te da miedo, la que más evitas… y hacerla primero, antes que cualquier otra.
Sin vueltas. Sin excusas. Sin maquillaje.

Ese día, Ana escribió el primer párrafo de su libro. No estaba perfecto.
Pero estaba hecho. Y eso era más de lo que había logrado en meses.

Cuando rompes la cadena… todo cambia

Después de eso, Ana se permitió usar otra técnica: la de la Mini-Recompensa (#11 del libro):
Se prometió un café con panecito si escribía durante 30 minutos sin distracciones.

Esa simple decisión la sacó del congelamiento emocional. Porque dejó de pensar en hacerlo todo perfecto, y empezó a vivir pequeñas victorias imperfectas.

Hoy Ana está terminando su segundo capítulo.

No porque dejó de tener miedo.
Sino porque aprendió a accionar con miedo, pero con herramientas.

¿Y tú? ¿También sientes que sabes lo que tienes que hacer… pero no lo haces?

Si sentiste un pellizquito en el pecho leyendo esto, probablemente hay una Ana en ti.
Y no estás sola. En Demente Directiva somos muchas las que tuvimos que aprender a hacer las paces con nuestra procrastinación, sin juzgarnos.

No necesitas sentirte lista. Solo necesitas dar el primer paso.
Ese primer pasito, torpe y todo, puede cambiar el rumbo de tu semana. De tu historia. De tu vida.

Como lo hizo Ana.

Y como puedes hacerlo tú, hoy.

Abrazo enorme,
Caro

Soy abogada y experta en propiedad horizontal, con estudios en educación y una tesis doctoral todavía en pausa. En plena crisis de los 40, después de años postergando decisiones, acepté que el derecho no era mi pasión.

Hoy soy coach ejecutiva certificada por TISOC y estudiante de licenciatura en comportamiento humano. Escribí un libro sobre procrastinación (después de procrastinarlo bastante) y creé este espacio para acompañar a quienes quieren dejar de posponer su vida y empezar a vivirla con intención.

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